martes, 6 de julio de 2010

Miserables

En eta oportunidá, diretamente de mi oscuro suconciente, le traigo acá, a la gente, un poco de fitción entitulada "Miserables"como dije susodichamente antes. Ojo al piojo que tá sin corregir.

Saluteeee!!!







Hay situaciones que te sacan del contexto, que te enfocan en un solo y urgente punto. Cuando llegás ahí, no valen de nada las escusas. No importa el “por qué” o el “como”, no hay tiempo para cavilaciones. Es momento de actuar o perder, de zafar o morir.


El tipo era un paquete de nervios, todo temblor y movimiento errático. Revolvía con la mano en el cajón central del escritorio.


- Si sacás un fierro te mato! - Se lo dije con tanto énfasis, que casi era un grito.


El universo circuncripto a una oficinita de tres por dos. Solo un escritorio de madera, viejo, rayado, pesado y obscuro. En la esquina un archivero de chapa color verde metalizado, un poco picado de óxido. Sobre una silla giratoria un poco ladeada se erguía una pila torcida de papeles, algunos se habían caido hace rato y juntaban polvo en el suelo. La silla tenía un pié de hierro bastante pesado, de cinco patas, cuatro de ellas aún conservaban sus rueditas y una ya no. Las paredes cubiertas con fotos viejas de jugadores de Huracan sacadas del gráfico y posters amarillentos de gomería con chicas mostrando las tetas, que a juzgar por el peinado setentoso, ya deben ser abuelas.


Era petiso, cabezón y regordete. Casi del todo pelado, salvo, por ese dejo de pelo que siempre queda arriba de las oreja y tres o cuatro pelos largos que le cruzaban por arriba de la bocha de un lado la otro. Estaba colorado y transpiraba gotas gordas como perlas.


- No, no. Yo les ahorro el disgusto, Eh! Me mato, me mato solo...- Dice mientras empieza a sacar la mano del cajón.

Instintivo y rápido. Meto mano en mi saco, directo a la sobaquera. Desenfundar y apuntar fue un solo movimiento. El gordito no ofrecia muy buen blanco. Era bastante petiso y sentado atrás del escritorio solo se la veía parte del pecho y la cabeza. Esa cabeza roja, esa cara transpirada y babosa. Ahí apunté, pero con la atención puesta en la mano del cajón.


El Ruso, mi jefe, o algo así, estaba parado un metro a la izquierda del escritorio. Apenas entraba en mi campo de visión. Sin embargo en situaciones así, uno se pone extremadamente perceptivo. Lo veo hacerle gestos de que se calme. Las dos palmas de las manos hacia adelante, a la altura del pecho, como si fuese a empujar algo pero en un leve movimiento oscilatorio de adelante a atrás. Solo le faltaba la musiquita brasuca esa... Siburuchán chán chán... O algo así, que se yo.


- Pará, para Cacho!- Grita el Ruso en su bailoteo.


Y yo que apenas distingo un pedazo de madera de la cacha y el color acero pavonado del revolver, actuo. Sin nada que pensar martillo dos veces mi arma. Apuntando directo a la cabeza, como si fuese un pendejo aficionado, un mero principiante, como si no supiese lo que pasa cuando apuntás a la cabeza. El enchastre, lo desagradable, lo excesivamente violento al pedo.

Clac clac. Solo eso, un mísero clac clac.

El Ruso me mira de reojo apenas un segundo, o menos, mientras sigue tratando de calmarlo. Miro el arma en mi mano. Un Revolver Magnum 44 sin una puta bala. El tipo, que cada vez está mas exaltado, lloriquea, balbucea y se agita en su remolino propio, completamente ausente de lo que pasa. La tensión que sube. El olor agrio, a encierro, a mugre y humo de miles de cigarrillos fumados con todas las ventanas cerradas, que me entra por la nariz, me irrita, me fastidia. Con un tipo así no podés saber para donde va a ir, cuál puede ser su próxima reacción. Si se dá cunta que no tenemos balas...


- Mirá que esto es un cañón!! - Le grito sacado y golpeando con el caño de punta contra el escritorio.

Fué un golpe seco, violento y fuerte. Tan así, que la tapa del escritorio crujió y los dos se callaron.

Yo no tenía idea de que mierda estaba haciendo, pero había que ponerle coto al asunto. Rápido.

- No no, si, es grande la...la... - Trataba de articular Cacho.


- Basta Cacho. Dame eso carajo! Vamos vamos. - Lo interrumpí aprovechando ese instante de desconcierto.

- Dale, dámelo que venimos mañana, nos pagás y listo -

Por un instante el tipo cedió. Agachó la cabeza un poco abatido y tendió el revolver hacia mi. Yo estiré mi brazo para tomarlo. En el momento en que ya lo tengo agarrado él debía soltarlo, sin embargo no lo hace, alcontrario se resiste un segundo, levanta la cabeza y me mira. Otra vez esa cara congestionada, esa mirada desenfrenada y algo extraviada.


- Pero mañana tampoco voy a tener plata!- reverbera Cacho.


Mi dedo anular envolvía el caño corto del arma y el mayor e índice se curvaban sobre el tambor. El revolver, un 38 corto tipo detective, apuntaba ahora a mi vientre y Cacho seguía sosteniendolo por la cacha, con el dedo en el gatillo.


Como si le hubiesen tocado el culo saltó el Ruso diciendo:


- Tomá, te lo doy yo y vos mañana se lo pagás a él. Sinó esto no termina mas viejo.-


Cacho soltó el arma para agarrar la plata que el Ruso estaba sacando de la billetera.


- Setecientos pesos. Tomá - Se los tendió.


- ¿Y pero.... cómo te los devuelvo? - Ya quería arrancar de nuevo.


- ¡Dejate de romper las pelotas!. No sé, después vemos.... -


Me apuré a enfundar la magnum y metí el revolver de Cacho en el bolsillo de mi saco. Él me miró como si no terminara de entender. Yo entendía menos que él, pero los años en mi oficio me habian enseñado a no demostrar estas cosas.


- Éste me lo llevo de garantía - Le dije mientras palmeaba el bulto en el bolsillo de mi saco. Me dí vuelta para salir de la oficinita y vi al Ruso que ya estaba cruzando la puerta.


Hasta acá, como les dije. Sin peros, ni escusas. Sin cómo, ni porqué. Solo los hechos como los viví.



SEGUNDO ACTO


-Yiya, la concha de tu madre.- Mascullo sin mirarme.

Yiya. Un apodo que me gané en la época en que empezó a molestarme la violencia, la sangre. Estaba saturado y tenía que hacer un trabajo. Recurrí al veneno.

Vale el momento para decir, que pese a lo que parece, yo no soy un asesino. Si, si he matado gente. Pero esa no es mi función. Yo solo soy un cobrador. Cuando de guita se trata, guita es lo que cobro. Pero, cuando la deuda es de honor, la vida es el pago.

Volviendo al veneno. Todavia recuerdo el primer trabajo en que lo usé. Ese al que me refería antes. Ese que me valió mi apodo.

Una verdadera mierda de persona. Un cura pedófilo que eligió al nene incorrecto para abusarse. El hijo de un politiquero ultra católico que era fenigres de su propia iglesia. Otro sorete. Pero que en ese momento tenía negocios con nosotros. Había mucha indignación y bronca entre los capos. Tan así, que no querían un trabajo discreto. Cuestionaron bastante mi idea de envenenarlo, sin embargo cuando el cura empezó a vomitar, a aullar, y a retorcerce de dolor delante de toda su congragación en plena misa, no les quedó mas remedio que reconocer que fue un trabajo bien hecho y con un esfuerzo mínimo. Solo necesité hechar un chorrito de mi mezcla especial en la jarra de vino.


- Claro. Porque lo tuyo fué brillante.- Respondí.


- ¿Pero tanto te costaba ponerle balas? ¿Qué pasa, están caras? Semejante trabuco al pedo. - Lo dijo en un tono entre mofa y reproche.


- Andá a cagar Ruso. Me dijiste que el tipo era un cagón. Que veníamos y le pegábamos un aprete nada mas.


- Si, ya se... No me inaginé que estaba tan arruinado. Lo conozco hace veintipico de años y siempre le dió al escabio, el escolazo y las minas, pero era un tipo tranquilo. Que se yo. -

- Y la falopa... -


- ¿ Qué falopa Yiya? -


- Tu amigo Cacho. Al escabio, el escolazo, las minas “y” la falopa. -


- ¿Vos decís..? -


No volvimos a hablar por un rato largo. Cada cual tenías sus cosas que pensar.

Cuando llegamos al auto, di la vuelta y me paré frente a la puerta del acompañante. El Ruso me miró y yo le tiré las llaves por arriba del techo. No tenía ganas de manejar.

Entró y levantó el seguro de mi puerta. Entré y me puse el cinturón. El fierro me molestaba, así que me los saqué y lo metí en la guantera. Lo miré un instante antes de cerrarla. “Setecientos pesos de mierda. Setecientos putos pesos” pensé.

Estuvimos un rato dando vueltas por el pueblo. Era viejo chiquito y feo. Un pueblito de mierda cerca de Bahía Blanca. Finalmente encontramos un hotelito para pasar la noche. Se caía a pedazos, pero era bastante discreto y eso era bueno.

Cuando entramos en la habitación, me dejé caer en la cama y me cubrí los ojos con la parte interna del codo para descansar la vista un poco.


- Setecientos putos pesos. – Dije en voz alta sin darme cuenta.


- Vos sabés que no es la guita el problema. Parece que el tipo viene patinando hace rato y ya no le dejan pasar una.-


-¿Y ahora qué...? - Pregunté incorporandome un poco y apoyandome en un codo.


-Nada. Vamos, le cobramos, volvemos con la plata y ponemos cara de boludos como si todo hubiera salido bién. En definitiva él pagó, ¿no?-


Volví a ponerme en la misma posición en la que estaba antes.

Algo me decía que los jefes no querían la plata, que los jefes querían a Cacho muerto, que si se enteraban que la guita se la habíamos dado nosotros, ibamos a estar en problemas y que el Ruso lo sabía. No sé cual era la verdadera relación entre el Ruso y Cacho, pero se notaba que matarlo le pesaba.

Ya me estaba quedando dormido.


-Setecientos pesos de mierda- Esta vez no fuí yo.


Resopló y apagó el velador.




ÚLTIMO ACTO


La músiquita me fué arrancando de a poco del sueño. Para cuando logré entender donde estaba, el Ruso ya había atendido.


-Si.. Si.. ¿Dón..? Si. ¿Dónd..? ¡Pero pará un segundo, la putamadre! ¿Dónde estás? Si... ¿Cómo? Ah... Si. Bue... Bueno...


Cortó y empezó a vestirse. A mi no me hizo falta. Me había dormido con la ropa puesta..


-Era Cacho- Me dijo ya en el auto, mientras manejaba.


-¿No jodás? ¿En serio?- El cansancio me torna irónico.


-El pelotudo se fué de putas, después encaró para la timba, se patinó la mosca, se puso como loco, armó una bronca y se descompuso. ¿Y el hijo de puta me llama a mí, para que vaya al hospital a verlo? No entiendo nada. -


-Y bueno... Ya está- Agregó tras una pausa, como si solo fuese una simple frase hecha, como si no tuviese otro sentido que rellenar un silencio incómodo, como si no quisiera decir, que el asunto ya no era una deuda de plata.

Que carajo. Si las cosas hubiesen sido mas claras yo habría llevado mi Beretta calibre 25. Chiquita, discreta. Tenía un silenciador corto hecho por un armero que trabajaba para la cana. En cambio andaba por todos lados cargando un obús que para lo único que servía, aparte de su eficacia para causar espanto, era para martillar clavos.


Había conseguido la Beretta para un trabajo dificil. Tenía que limpiar a un comisario corrupto. El tipo estaba en el tema del narcotráfico con nosotros. Pero durante un negocio que era simple, éste guardian de la ley y el orden metió la pata.

Habiamos arreglado una compra con gente de afuera. El solo tenía que hacer un allanamiento en el momento de la transa, fingir el arresto de los nuestros, matar a los otros y llevarse todo. Después repartiríamos. Nosotros nos quedabamos con la falopa y el con parte de la guita. Pero, el tipo decidió quedarse con todo y mató también a nuestros muchachos durante el procedimiento. Como después se vió complicado con el asunto nos llamó para llegar a un acuerdo y a mi me mandaron a “cobrar”.

El tema era delicado. Necesitaba un arma que pudiese llevar escondida, pasar la custodia y una vez solos matarlo de manera silenciosa como para tener tiempo suficiente de salir antes de que lo descubran. La Beretta fué magnífica. Muy silenciosa. Prácticamente instrumental quirúrgico. Dos tiros. Uno entro por el ojo derecho. Rápido y limpio. Salí sin problemas. Desde ese día fué mi herramienta preferida para ese tipo de cobranzas.





-No, no. Para mí es olor a sangre y desinfectante, a herida, a carne viva.- La estaba diciendo, cuando al doblar en un pasillo nos topamos con un blanco delantal y el médico que contenía.


-¿Familiares de Oscar Bertinni?- Dijo mirándome.


-Eehhh....- Miré al Ruso fingiendo confusión.


-Somos amigos. Buenos amigos- Intervino él con tiempo justo.


-Claro, claro. - Dijo mientras se frotaba las manos e iba poniendole gesto grave, a su cara de médico grave. Colorado, corpulento, algo pecoso, con ojeras un poco húmedas de transpiración y estetoscopio al cuello.

-Bueno... El estado del señor Bertinni... es complicado...- Dijo prolongando el sonido de la última vocal de cada palabra.

-Ingresó a hospital con un cuadro de hipertensión aguda, presentando síntomas propios de una disfunsión cardíaca, se le hicieron los estudios correspondientes y el pronóstico es delicado. Aunque evolusione favorablemente y salga adelante en esta ocación, si no cambia... como decirlo... Ciertos hábitos, lo mas probable es que en un tiempo breve sea víctima de un infarto masivo, o de un accidente cerebro vascular.-


El Ruso se tomaba el mentón en gesto pensativo y movía ligeramente la cabeza, asintiendo con la mirada perdida hacia el suelo. Yo con los brazos cruzados levantaba las cejas y ladeaba la cabeza cada tanto.


-Les aconsejo que hablen con él.- Después de decir esto se hizo ligeramente a un lado y nos señaló la última puerta del pasillo.

Cuando llegamos frente a la puerta de la habitación, el Ruso se detuvo e inclinando la cabeza hacia mi me preguntó en voz baja:


-¿Qué dijo el tordo?-


-Que si no caga de un bobazo, caga de un derrame en el balero.- El Ruso volvió a asentir con la mirada clavada en el piso y a mi me quedó la duda de si ahora verdaderamente había entendido.

Apenas entramos Cacho trató en vano de incorporarse. Tenía puesto un camisolín y estaba tapado casi hasta el cuello. En el brazo izquierdo, afuera de las cobijas, tenía clavada la manguerita del suero.


-¡Vinieron muchachos, gracias! No sabía a quién llamar, yo... ¿A quién voy a llamar yo, si no tengo a nadie? En serio, gracias, yo...yo... -Empezó a sollozar.

-Perdónenme... Soy un sorete... Yo les avisé, ¿no?... Es que no pude, en serio, no.... no... pude yo. ¿Y ahora como hacemos? Porque yo soy una mierda, vieron, y ahora... no se...-


Me acerqué hasta la cama, saqué el revolver de Cacho que todavía estaba en el bolsillo de mi saco, corri un poco las cobijas y se lo dejé apoyado sobre el pecho. Levantó un poco la cabeza y lo miró, después me miró a los ojos y dijo muy bajito:


-Claro, claro. Eso está bién.-


Le palmeé un par de veces el hombro y me volví hacia la puerta. El Ruso me siguió.

Recuerdo que estaba abriendo la puerta para salir. Recuerdo el frio del picaporte en mi mano y lo último que dijo Cacho:


-Ustedes son buena gente, muchachos. En serio, buena gente.-

En ese momento se me partió el alma. Y no lo digo en sentido figurado, no lo digo como hablando de algo emotivo. Lo digo porque escuché el ruido. Fué como un rasguido seco, interno, profundo.

Salimos del cuarto y mientras caminabamos por el pasillo, lo único que deseé, fué estar lo suficientemente lejos para no escuchar el diparo.


-Setecientos pesos de mierda.- Susurró el Ruso ya saliendo a la calle.


-Miserables- Dije yo.


El asintió creyendo que me refería a la guita. Pero yo hablaba de nosotros, de nuestros jefes, de Cacho, de toda una organización de políticos, de empresarios, de policías, de funsionarios y de esbirros para la que trabajaba y nunca me había preguntado por qué.


FIN.

No hay comentarios: